sábado, 13 de septiembre de 2014

Aumentar la capacidad de sentir

Aumentar la capacidad de sentir    


El novelista y corredor japonés Haruki Murakami escribió un libro de memorias titulado De qué hablo cuando hablo de correr, que captura una fantasía común entre los corredores. En este breve volumen, Murakami narra el relato de cuando corrió su primera (y única) ultramaratón.

Al principio, cuenta, era fácil. Pero la marcha se hizo más dura tras 50 km y Murakami tuvo que probar todos los trucos psicológicos que aparecen en el libro para obligarse a seguir corriendo a pesar del increíble dolor y sufrimiento que estaba experimentando.

Finalmente se dijo a sí mismo: «No soy humano. Soy una pieza de maquinaria. No necesito sentir nada. Solo tengo que seguir adelante». Entonces le ocurrió algo divertido: funcionó. Murakami, por supuesto, no se convirtió en una máquina ni dejó de sentir cosas, sino que, de alguna forma, la mera repetición de este pensamiento le permitió encontrar cierta paz con su dolor y sufrimiento y adquirió un nuevo aliento. «Mis músculos aceptaron silenciosamente este agotamiento como algo históricamente inevitable, como un resultado ineluctable de la revolución», escribió. «Me había transformado en un ser en piloto automático, cuyo único propósito era mover rítmicamente los brazos hacia delante y hacia atrás, desplazando las piernas hacia delante zancada a zancada».

En ese momento, totalmente «en la zona», Murakami se encontró a sí mismo adelantando a corredores que le habían sobrepasado previamente en el arduo camino. «Es extraño, pero al final casi no sabía quién era o qué estaba haciendo», narra. «En aquel momento correr había entrado en el plano de lo metafísico. Primero llegó la acción de correr, y acompañándola estaba esta entidad conocida como Yo.

Corro, luego existo»

Me encanta este pasaje porque describe la fantasía ocasional de todo corredor competitivo: ser insensible. En algunos momentos todos nosotros deseamos ser un robot que corre sin sentir nada. En realidad, esta metamorfosis nos ahorraría mucho dolor y nos permitiría correr mejor porque sufrir nos ralentiza, ¿verdad? La historia de Murakami parece validar este deseo.
Cuando estaba sufriendo deceleró; luego, perdió la sensibilidad y aceleró. Pero Murakami realmente no eliminó su capacidad de sentir en la forma en que un robot no capta sensaciones. Mientras que en la parte dura contempló a su cerebro como el problema y deseó solucionarlo básicamente apagando el cerebro, fue realmente su cerebro el que dio un vuelco a sus circunstancias. No inhabilitó sus sensaciones; en lugar de eso, empleó su capacidad de sentir para identificar un problema y solucionarlo, irónicamente, cooperando con su mente consciente para crear la fantasía de extinguir sus sensaciones.   
En ocasiones es natural que usted desee poder correr sin cerebro, aunque este es el deseo más inútil, ya que su cerebro lo hace absolutamente todo cuando está corriendo. Es responsable de la contracción de cada fibra de cada músculo en cada zancada. Hace que su corazón lata y que los pulmones se llenen y se vacíen al ritmo adecuado. Regula su suministro de combustible. Le permite ver hacia dónde está yendo. La noción de correr sin cerebro no solo es divertida, es ridícula.
La única razón por la que un sistema nervioso llega a existir en cualquier animal es para posibilitar el movimiento. Existe una especie muy primitiva de animal marino con un sistema nervioso muy elemental. La criatura nada un poco en la primera parte de su vida y luego se fija y permanece inmóvil durante la segunda parte de su vida. Y en cuanto se produce el arraigo, la criatura devora su propio cerebro. No hay movimiento, no hay cerebro; no hay cerebro, no hay movimiento.

Evidentemente, lo que realmente queremos decir cuando afirmamos que deseamos poder correr sin cerebro es que desearíamos poder correr sin sensaciones. Pero eso viene dentro del paquete. La gran diferencia entre un humano y un robot es que los humanos estamos vivos. Todos los seres vivos desean seguir vivos y las sensaciones y sentimientos nos ayudan a permanecer vivos, dado que una de las cosas que hacen es avisar de los peligros. Nuestra capacidad de sentir no siempre produce resultados placenteros cuando corremos, pero evita que corramos hasta morir. Sin embargo, no piense ni un segundo que la capacidad de sentir nos frena; un corredor muerto o a punto de morir no puede correr muy rápido.  

 La ciencia del ejercicio actual ha demostrado claramente que en el punto del agotamiento, a los atletas siempre les queda una reserva de energía en los músculos y que la cantidad de energía de reserva es variable. Factores como la experiencia, el entrenamiento y la motivación afectan al grado en que son capaces de llegar a los verdaderos límites fisiológicos antes de la fatiga. Como atletas, codiciamos saber lo cerca que estamos de nuestros límites.
Cuando llega el momento de competir, nos gustaría aprovechar esta reserva, llevando nuestro rendimiento lo más cerca posible de estos límites. Imagine la ventaja de contar con un «tablero de mandos» al que podamos mirar para que nos dé información sobre dónde está esta reserva. El cerebro es la ventana a esta información, la llave para activar esta reserva (aunque, de nuevo, siempre habrá alguna reserva).  
 La fisiología del rendimiento en el deporte que nos ocupa es increíblemente compleja. No hay ningún factor individual que determine lo rápido y lo lejos que podemos correr. Docenas de factores interdependientes conspiran para influir en estos valores. Sin embargo, el cerebro es el que decide en última instancia, basando sus cálculos principalmente en la síntesis de datos extraídos del seguimiento continuo de todos los factores fisiológicos relevantes.
El cerebro es, evidentemente, una parte del cuerpo y ha coevolucionado con él a lo largo de millones de años. Está exquisitamente diseñado para la función de maximizar el rendimiento en el acto de correr (lógicamente, entre otras muchas funciones). De hecho, es posible que el cerebro no pueda ser mejorado. Ningún instrumento creado por el hombre podría jamás hacer un trabajo mejor que el del cerebro en cuanto a posibilitar a un corredor humano correr mejor.  

 Es importante saber cómo podemos emplear las emociones de confianza y disfrute para componer nuestro  futuro entrenamiento; aprender de la respuesta de nuestro cuerpo al entrenamiento y desarrollar nuestra fórmula mágica personal de entrenamiento; emplear la repetición en nuestro entrenamiento para cultivar una fuerza que mejora el rendimiento y que es conocida como impulso psicológico; manipular nuestro cerebro para permitirle correr con más fuerza (es decir, más rápido) en ejercicios y carreras clave; entrenar sin utilizar planes de entrenamiento genericos; empleando el miedo, la ira e incluso las lesiones para correr mejor; y mejorar la comunicación entre nuestro cerebro y los músculos para reducir la susceptibilidad a las lesiones y mejorar nuestra zancada.  

 Gran parte de este trabajo se realiza a nivel inconsciente. Pero gran parte de la información que el cerebro recibe del cuerpo e interpreta las registra como sensaciones conscientes, la sensación de contraer y relajar rítmicamente los músculos, la sensación de los pulmones que queman, la sensación de «Oh, Dios, cómo duele, pero creo que aún me queda energía para pasar a este tipo antes de la meta», etc. Esto se debe en gran medida a la capacidad de sentir, y por eso ningún instrumento fabricado por el hombre podrá jamás regular el rendimiento deportivo mejor que el cerebro. Esto es un hecho.
Pero, más allá de ser cierto, ¿no es acaso magnífico? ¿No es magnífico que nada que venga dentro de una caja pueda mejorar el rendimiento deportivo más que la comunicación entre el cerebro y el resto de nuestro cuerpo? ¿Quién preferiría que fuera de otra forma?



 Fuente: Correr.Matt Fitzgerald


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