viernes, 12 de septiembre de 2014

 Correr por sensaciones

 

No tengo muchos héroes en el deporte. Uno de los pocos atletas que venero es el gran fondista etíope Haile Gebrselassie. Me encanta Geb más o menos por las mismas razones por las que me encanta Mohammed Ali, otro de mis héroes deportivos. Geb no es tanto la figura divina que es Ali, pero sí genera un tipo de excitación similar al combinar un rendimiento atlético único en su generación con un carisma contagioso. Personas así son muy escasas. Son más comunes figuras como la de Michael Jordán, que mostró un talento y ejecución únicos en su generación junto con una personalidad normal. Ali y Geb son especiales porque su ejecución atlética parece estar alimentada por la misma fuente que sus sobresalientes personalidades y esa fuente es una desbordante pasión por la vida, que para mí es quizás el rasgo de personalidad más atractivo.
 Conocí a Haile Gebrselassie en marzo de 2009, en Los Ángeles, en un evento publicitario organizado por su patrocinador de calzado deportivo, Adidas. Geb hizo su primera aparición en el acto sin ningún tipo de acompañamiento. Había viajado solo desde Etiopía.
Los fotógrafos y cámaras presentes le rodearon de atención digital mientras caminaba acordonado por una masa de escritores encandilados, incluido yo mismo. Luego Geb nos llevó a una corta y suave carrera por la playa, que interrumpió para mostrarnos una breve sesión de esos locos ejercicios calisténicos que a los corredores etíopes les gusta hacer antes de entrenarse.
De entre la veintena de personas con las que nos cruzamos en nuestro paseo, solo dos reconocieron a Geb: un turista alemán que se comportó como una niña de doce años en un concierto de los Jonas Brothers, y un taxista etíope-americano que gritó entusiasmado «¡Haile!» desde la ventanilla de su vehículo en movimiento.
  Geb es conocido como el corredor que siempre sonríe y, efectivamente, tenía una sonrisa infantil durante todo el paseo. Creo que sonríe todo el tiempo en parte porque es una persona positiva de forma innata y en parte porque le emociona cómo se ha desarrollado su vida. Al igual que Mohammed Ali adora ser Mohammed Ali, Haile Gebrselassie adora ser Haile Gebrselassie. Su pasión por correr no tiene parangón y apenas puede creer en su buena suerte por ser el segundo fondista más veloz de la historia (tras su compatriota más joven Kenenisa Bekele). 
Su sed de velocidad es insaciable.
Tras conseguir su segundo récord mundial en la maratón de Berlín de 2008, las primeras palabras que salieron de su boca fueron «puedo correr más rápido». Esta es la única prueba que cualquiera podría necesitar de que ser un corredor feliz no es incompatible con ser un corredor que nunca está satisfecho. De hecho, el espíritu de insatisfacción no impide que Gebrselassie disfrute corriendo; se trata de la forma en la que él disfruta corriendo. Simplemente no consigue la velocidad suficiente del mismo modo en que los nuevos amantes no consiguen suficiente tiempo para estar juntos y algunos músicos no consiguen practicar lo suficiente.
En las entrevistas, Geb se niega a hablar de retirada y en su lugar, promete seguir entrenando, compitiendo y esforzándose hasta que efectivamente quede fuera del deporte por el deterioro corporal del envejecimiento.
 Durante la mañana después del paseo por la playa, los periodistas tomamos un autobús hacia el Home Depot Center en Carson y nos reunimos en la pista. Geb estaba ahora acompañado por otras grandes estrellas del atletismo de Adidas: los velocistas campeones del mundo Allyson Félix, Tyson Gay y Verónica Campbell-Brown; el campeón mundial y olímpico de 400 metros Jeremy Wariner; la velocista medallista olímpica Christine Ohuruogu y la campeona olímpica en salto de altura Blanka Vlasic.
Uno tras otro, estos ganadores desfilaron delante del auditorio de periodistas cómodamente sentados hasta formar una fila llena de timidez, como ocurre con muchas concursantes en desfiles de belleza. Tras llegar a la fila al lado de Vlasic, de 1,93 m de altura, Gebrselassie, de tan solo 1,60 m hizo su propio espectáculo poniéndose de puntillas y elevando los hombros mientras miraba arriba hacia su cabeza. Nos reímos de corazón mientras el resto de atletas se quedaban petrificados.
  A lo largo de la mañana, los campeones nos mostraron por turnos varios ejercicios de entrenamiento y describieron cómo sus zapatillas y ropa deportiva Adidas aumentaban su rendimiento. Cada uno de ellos lo hizo con los gestos y la actitud de una persona que está cumpliendo con su obligación contractual, con una excepción.

  Se había colocado una cinta de correr en el borde de la pista, a cierta distancia de la zona de salto de altura. Mientras Vlasic nos entretenía con una demostración de sus ejercicios de puesta a punto, Geb comenzó a calentar en la cinta, aumentando gradualmente su velocidad. En el momento en que fuimos llevados hacia él, estaba corriendo a su ritmo de récord mundial de maratón de 2:55 por Km. Era un maravilloso espectáculo de contemplar.
Lo que más me llamaba la atención era que no podía oír cómo sus pies se apoyaban en la cinta a pesar de encontrarme a dos metros de él. Había solo un ligero cambio de tono en el runruneo del motor cada vez que sus pies tocaban la cinta, pero el impacto real del pie sobre la cinta era totalmente inaudible. Sin duda, tenía pies ligeros.
 Estaban probando con Geb un aparato llamado cámara de infrarrojos mientras este corría. Una pantalla de vídeo mostraba una imagen de Geb con efectos de coloreado que mostraban cuánto calor desprendían las distintas partes de su cuerpo.
El objetivo principal de la demostración era mostrar las propiedades termorreguladoras de la ropa deportiva de Geb. Mientras un representante de Adidas no dejaba de decir tonterías sobre esto, Geb simplemente seguía corriendo. Finalmente, comenzó a tocar el panel de control de la cinta. ¿Va a bajar la velocidad? —me pregunté—. No, estaba aumentándola. Los muslos de Geb estaban alcanzando una temperatura cercana a 32 grados en cada zancada. 
 —¿Qué velocidad llevas ahora? —preguntó alguien. Geb utilizó la mano como parasol para ver el panel de la máquina de correr (un brillante sol matinal relucía justo detrás de él) y acercó la nariz hasta tenerla a centímetros del panel, entrecerrando los ojos.
 —¡Dos cincuenta y uno por kilómetro! —anunció con entusiasmo infantil. Se escucharon rumores y silbidos.    El representante de Adidas concluyó su canto y su baile y preguntó a Geb si quería aminorar y bajarse de la cinta para poder hablar de sus zapatillas, de su camiseta y de sus pantalones cortos. Geb rechazó la invitación educadamente, diciendo que podía hablar mientras corría. Momentos después estaba de nuevo manipulando el panel de control y su ritmo volvió a aumentar. Sabía para lo que realmente estábamos allí y él estaba feliz —más que feliz— de dedicarnos el espectáculo.
 —Y ahora, ¿a qué velocidad? —gritó alguien.    —¡Dos cuarenta y cinco! —dijo Geb con una sonrisa. Su siguiente movimiento era ya inevitable. Con su índice derecho pulsó repetidamente el panel de control y su zancada se fue abriendo más y más.
   —¡Dos minutos veintinueve segundos! —gritó con el orgullo de un motorista aventurero que hace una reverencia tras haber saltado por encima de una fila de autobuses escolares.
 Mantuvo el ritmo aproximadamente durante medio minuto, elevando los brazos por encima de la cabeza y agitando los puños de arriba abajo a modo de celebración antes de detenerse finalmente. Cuando bajó de la cinta recibió una extasiada ovación.  
Supongo que se podría decir que había ganado el concurso de belleza.    Como bis final, Geb habló con gran sinceridad sobre lo mucho que le gustaban sus zapatillas deportivas.

Cualquiera que fuera la cantidad que Adidas pagara a este embajador sin igual, la compañía había hecho una buena inversión. 

Después del almuerzo me senté con Geb para una entrevista individual de 15 minutos. Me sentía un poco aprensivo porque nunca había leído o visto una entrevista a Geb que fuera particularmente reveladora. Siempre había hablado con generalidades y tópicos como «uno debe entrenar muy duro». Durante la cena de la noche anterior, pedí al editor gerente de la revista Track&Field News, Sieg Lindstrom, que conocía a Geb desde que apareció en la escena atlética internacional a principios de los 90, algunos consejos para entrevistar al gran hombre. Lindstrom no fue muy alentador.
  —¿Se trata de una barrera lingüística? —le pregunté  —Eso es una parte —dijo—. El inglés es su segunda lengua, por lo que, cuando lo habla, dice las cosas en términos más sencillos. Pero la otra parte es que los africanos piensan en correr en términos más sencillos.
Creo que piensan que nosotros lo analizamos en exceso y lo hacemos más complicado de lo que tiene que ser. 
Este consejo no me ayudó a obtener ninguna otra información que no hubiera oído o leído previamente de Gebrselassie, pero sí me ayudó a comprender un poco mejor sus respuestas. Le pregunté cómo planificaba su entrenamiento y me contestó: 
—Depende del tipo de competición. ¿Es una maratón, media maratón? Del nivel en el que estoy, de lo que tengo que hacer. Cosas de este tipo. Simplemente lo juntas todo, solo eso.    Sí, solo eso. Supongo.
 Solo posteriormente, en una conversación con el investigador inglés en nutrición deportiva Asker Jeukendrup, que anteriormente fue consejero nutricionista de Geb y otras personas de habla inglesa familiarizadas con los detalles del entrenamiento de Geb, supe que realmente no planifica sus entrenamientos de la forma en que la mayoría de los corredores occidentales lo hacen.
No cuenta con modernos calendarios de periodización multifase. En su lugar, se entrena casi siempre de la misma forma, haciéndolo un poco más suave cuando acaba de terminar una carrera importante y un poco más fuerte cuando se acerca la gran carrera, yendo un poco más rápido cuando la próxima carrera importante es más corta y un poco más lento cuando la siguiente carrera es más larga.    Obtuve una pequeña pista sobre la repetitividad de la fórmula de entrenamiento de Geb cuando le pregunté:
  —¿Cuenta con determinados ejercicios de evaluación para medir su progresión en el entrenamiento?
 Y él contestó: 
—Ya que estoy entrenándome para una maratón ahora mismo, una vez a la semana hay una ruta en el entrenamiento, 20 km., 30 km.; corro esa distancia la comparo con el resultado de la semana anterior, de varias semanas atrás, del año pasado.
 De nuevo, gracias a recientes investigaciones he sido capaz de determinar que este recorrido de 20 o 30 km era de hecho una contrarreloj. Cada semana, en su entrenamiento para maratón, corre una contrarreloj de 20 o 30 km, lo que demuestra no solo lo repetitivo que es su entrenamiento, sino también lo duro que es.
 Pregunté a Gebrselassie cuál era su ejercicio favorito. Si le hubiera conocido mejor, no me habría sorprendido tanto enterarme de que su sesión favorita era también la más dura:
 —Mi favorito es el entrenamiento en cuesta —dijo—, porque es el que te da muchos problemas. Dolor. Respirar demasiado. Esforzarte demasiado. Por supuesto que no lo disfrutas mientras te estás entrenando, pero después de la sesión, después de llegar a la cima y mirar abajo y decir: «He hecho todo esto», es algo que te da confianza.  
Permítame repetir esto último, con énfasis. El entrenamiento en cuesta (que, como supe después, quiere decir 90 minutos de subida constante por la montaña Entoto, en las afueras de la capital de Etiopía, Addis Abeba) es el ejercicio favorito de Gebrselassie, dice que «porque es el que te da muchos problemas. Dolor».

Ahora esto se pone interesante. 

 Le pregunté a Geb si seguía trabajando con un entrenador.

Respondió:    —Tengo un entrenador, pero él solo me dice cosas que ya sé. No lo hago si me dice que haga solo [intervalos de] 200, 400 m hoy. No sirve para nada. Ya sé que este tipo de programa va a matarme. Necesito un entrenador, pero cuando estás hablando de un entrenador, su trabajo no consiste únicamente en diseñar un programa o en registrar los tiempos.

 Interpreté que esta respuesta significaba que Geb ya sabe lo que le funciona como corredor y que, por tanto, no necesita a un entrenador que le prescriba ejercicios. Aunque no desveló para qué necesitaba un entrenador, me imaginé que era para retenerle cuando necesitaba que lo retuvieran, para ayudarle a descubrir soluciones cuando aparecían problemas y para realizar otras labores de asesoramiento y consejo, al igual que muchos otros entrenadores de experimentados corredores de élite se limitan, o están limitados, a hacer. 
Al ser solo un año mayor que Geb, que en el momento de la entrevista tenía 36 años, no quise permitir que nuestra pequeña charla terminase sin hacerle algunas preguntas sobre la edad.

Aunque confesó haber alterado su entrenamiento por miedo a las lesiones, evitando así las repeticiones de 200 y 400 m, levantar pesas, montar en bicicleta y (si podemos llamarlo entrenamiento) recibir masajes post-sesión de forma diaria, también dijo en relación con su edad: «Por eso es por lo que sigo ganando.

Ahora una de mis ventajas es la larga experiencia. Sé lo que tengo que hacer para ganar la carrera, antes de la carrera, después de la carrera, con la recuperación. Esta es una de las ventajas para los corredores mayores. Por eso es por lo que sigo corriendo bien. Los corredores jóvenes tienen mucha potencia para hacer lo que quieran. Pero si piensas con estrategia, tienes algo como una ventaja»


Fuente:Correr .Matt Fitzgerald

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