miércoles, 8 de octubre de 2014

Confianza física y mental    

 

 

 

Hay dos tipos de confianza: física y mental. La confianza física son los cálculos inconscientes del cerebro sobre lo que el cuerpo puede hacer. La confianza mental es la sensación consciente que acompaña a la confianza física. Mientras que, como hemos visto, la confianza mental se ve afectada por la experiencia corriendo y compitiendo, está influida en mayor medida por la retroalimentación fisiológica que proporciona el cuerpo al cerebro inconsciente. 
 La confianza mental es la confianza como todos la conocemos: la creencia de que somos capaces de ejecutar tareas específicas o conseguir objetivos específicos.
La confianza física es un cálculo inconsciente que predice nuestros límites físicos con respecto a una tarea determinada. En términos más simplificados, la confianza mental es lo que la mente piensa que el cuerpo puede hacer.
La confianza física es lo que el cuerpo por sí mismo sabe que puede hacer.
  Tanto la confianza física como la mental son importantes, pero la primera es probablemente más importante porque normalmente es más precisa y también es la fuente principal de la segunda. Apreciar totalmente la importancia de la confianza física significa que primero se comprende cómo la ciencia contempla ahora el papel del cerebro como regulador del rendimiento en el ejercicio.  
Uno de los investigadores punteros en esta área es Samuele Marcora de la Universidad de Bangor, Gales. En una serie de elegantes estudios, Marcora, sin ayuda de nadie, voló en pedazos la tradicional explicación cardiovascular/muscular del rendimiento de resistencia y la fatiga, y la sustituyó por una alternativa basada en el cerebro.
En uno de estos estudios, diez miembros del equipo universitario de rugby fueron reclutados como sujetos. Cada uno realizó un test de potencia máxima voluntaria en bicicleta (MVCP, Maximal Voluntary Cycling Power), que consistía en un esfuerzo de 5 segundos en una bicicleta estática. Tras un período de descanso, se pidió a los sujetos que pedalearan en las mismas bicicletas durante todo el tiempo posible, desarrollando una potencia en vatios fija que se correspondía con el 90 por ciento de su VO2 máx, que fue obtenida en el test previo. Como media, los sujetos fueron capaces de continuar durante unos 12 minutos a 242 vatios antes de llegar al agotamiento. Inmediatamente después de «la pájara» provocada por esta carrera de resistencia de alta intensidad hasta el agotamiento, los sujetos repitieron el test MVCP de 5 segundos. 
 Como puede esperar, los sujetos no fueron capaces de desarrollar tanta potencia en el segundo test MVCP, realizado en estado de fatiga, como en el primero, realizado en estado de reposo. De hecho su potencia bajó alrededor de un 30 por ciento, desde una media de 1075 vatios en la primera prueba a 731 en la segunda. 
 Lo que es interesante sobre este descubrimiento es que no puede ser explicado por el modelo convencional de fatiga de resistencia, que propone que el descenso involuntario en el rendimiento, definido por «la pájara», ocurre cuando se encuentra alguna limitación fisiológica, por ejemplo, el incremento de la acidez en los músculos provoca que estos dejen de funcionar. Pero este modelo predice que si los atletas pedalean hasta el punto de caída a 242 vatios, no podrán producir 731 vatios durante 5 segundos inmediatamente después.
El hecho de que estos jugadores de rugby fueran capaces de triplicar durante breves instantes su producción de potencia en la segunda prueba MVCP en relación con la prueba de agotamiento muestra claramente que, fisiológicamente, eran capaces de pedalear durante mucho más tiempo en dicha prueba de agotamiento de lo que realmente hicieron.
  Así pues, si no era un límite fisiológico el que hizo que los sujetos abandonaran la prueba de resistencia de alta intensidad tras apenas 12 minutos, ¿qué fue? En un artículo sobre el estudio, Marcora proponía «La explicación más plausible para el MVCP tan alto producido inmediatamente después del agotamiento es psicológica. Los sujetos sabían que la prueba MVCP final iba a durar solo 5 (segundos) y este conocimiento les motivó a realizar un esfuerzo mayor después del test de agotamiento, que tuvo una duración más larga y desconocida». 
 Esta explicación psicológica puede ser válida solo si la percepción del esfuerzo es la verdadera causa del agotamiento, y esto es exactamente lo que cree Marcora.
Esta creencia está respaldada por el descubrimiento de que las valoraciones de esfuerzo percibido son siempre cercanas al valor máximo en los sujetos de la investigación (en este estudio y en muchos otros) en el punto de agotamiento. Marcora argumenta que la percepción del esfuerzo está basada principalmente en la dificultad que tiene el cerebro en mover los músculos para mantener un nivel de rendimiento deseado. A medida que los músculos y el sistema cardiovascular se acercan a sus límites durante el ejercicio prolongado, el cerebro tiene mayores dificultades para impulsar a los músculos para mantener el nivel deseado de rendimiento, por lo que la percepción del esfuerzo aumenta más y más  En el momento del «desfondamiento», los músculos y el sistema cardiovascular todavía no han alcanzado sus límites, pero sí lo ha hecho la tolerancia del atleta al sufrimiento.
  —Lo que nosotros llamamos agotamiento no es la imposibilidad de continuar —me explicó Marcora en una entrevista—.
Mi idea es que la percepción del esfuerzo es básicamente un mecanismo de seguridad como muchas otras sensaciones. Piense en la sed o en el hambre o en el dolor. Todas estas sensaciones están ahí para que nosotros hagamos algo que sea beneficioso para nuestra supervivencia y yo creo que la percepción del esfuerzo hace lo mismo.  
Marcora dice que muchos de sus colegas rechazan su nuevo modelo de fatiga de resistencia aduciendo que las meras percepciones no tienen la fuerza suficiente para marcar los límites de rendimiento que los atletas altamente motivados no puedan anular simplemente con su voluntad consciente. Él responde que esta noción es un prejuicio infundado que supedita lo psicológico a lo fisiológico. Si mira a su alrededor, verá muchos ejemplos de percepciones que controlan completamente la conducta humana.
O intente conseguir su récord personal en maratón con una diminuta y afilada piedrecita en su zapatilla. Esa piedra causará un daño físico muy pequeño, pero el dolor le hará cojear, independientemente de toda la fuerza de voluntad que pueda usted tener. 
 Del mismo modo en que aparece el dolor cuando es inminente un serio daño al cuerpo, pese a que aún no se haya producido, la sensación de fatiga aparece cuando se está cerca de alcanzar los límites fisiológicos del organismo, pero aún no se han alcanzado. Por tanto, no son las limitaciones del cuerpo las que condicionan el rendimiento del corredor, sino, más bien, la percepción mental de esos límites. De alguna forma la mente es capaz de saber lo que el cuerpo puede y no puede hacer de forma segura en el ejercicio y utiliza estas percepciones para realizar sus cálculos de las limitaciones del cuerpo conocidas por la mente, para luego imponer los límites haciendo que el corredor baje el ritmo o se detenga cuando el nivel de sufrimiento se hace demasiado elevado.
Resumiendo, estos cálculos y la percepción del esfuerzo que generan funcionan como un mecanismo que regula el ritmo del ejercicio. 
 Algunos investigadores, entre ellos Ross Tucker, otro fisiólogo del ejercicio sudafricano que resulta ser un protegido de Tim Noakes, cree que la mente calcula las limitaciones del cuerpo monitorizando la retroalimentación «aferente» del cuerpo que proporciona información sobre la energía del músculo y sus niveles de acidez, la temperatura corporal, etc. Pero la investigación de Marcora sugiere que la mente ni necesita ni utiliza dicha retroalimentación para percibir el esfuerzo. En lugar de ello, esta percepción está basada en la intensidad de los esfuerzos del cerebro para impulsar los músculos y en la conciencia de cuánto falta para llegar a la meta. Los cambios que, durante el ejercicio, se producen de cuello para abajo influyen en la percepción del esfuerzo solo de forma indirecta aumentando la intensidad con la que el cerebro debe impulsar los músculos para hacer que sigan trabajando al nivel de rendimiento deseado.  
Como quiera que sea que la mente calcula las limitaciones del cerebro, claramente lo hace y lo hace con bastante precisión. El nombre preferido por Tucker para el mecanismo fisiológico que regula el ritmo es «regulación anticipatoria» porque se basa en una anticipación del punto final del ejercicio, la línea de meta, en el caso de las carreras de fondo. 
 —Toda la premisa para el control del ritmo es que el cerebro está regulando el rendimiento del ejercicio con el fin de proteger el cuerpo de llegar a su límite o a un fallo del sistema o un nivel potencialmente peligroso, antes del final del ejercicio —me dijo Tucker.  
La regulación anticipatoria funciona mejor en los corredores experimentados que en los principiantes, porque este mecanismo utiliza las experiencias pasadas de correr y de competir para realizar cálculos precisos sobre la velocidad con que la persona puede correr sin desfondarse ni terminar con demasiado combustible en el depósito. Incluso en los atletas más experimentados, estos cálculos no son perfectos (y por esto una carrera con un ritmo perfectamente controlado es algo muy raro), pero sí son muy fiables. 
 Dado que la confianza física genera confianza mental, que es mucho más accesible a la conciencia, los corredores deberían realizar aquellas prácticas de entrenamiento que hagan que aumente su confianza consciente en su capacidad para conseguir sus objetivos. Si el entrenamiento da a un corredor confianza mental, puede estar seguro de que desarrollando la confianza física al proporcionar a su mecanismo de regulación anticipatoria la información necesaria para calcular, su cuerpo también estará preparado para correr bien.
Seguir cualquier plan de entrenamiento sensato que se adhiera a los  principios y métodos convencionales de entrenamiento para carreras de fondo aumentará la confianza. Pero qué ocurriría si, en lugar de seguir un plan de entrenamiento escrito, el corredor simplemente se pregunta:
 «¿Qué tipo de experiencias de entrenamiento me darían una mayor confianza que me permitiera conseguir mi objetivo?».
Los corredores experimentados pueden obtener mejores resultados empleando esta pregunta para determinar el curso de su entrenamiento que los que pueden conseguir planificando consciente y deliberadamente su entrenamiento de acuerdo a unas normas establecidas.

Fuente: Run. The mind-body method of running.  Matt Fitzgerald



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